¿Qué hacemos ministro?
Imagina que eres el ministro de sanidad de un país ficticio. Imagina que tienes que tomar una decisión que puede afectar a la salud de los habitantes de tu país. Lo que la ciudadanía te pide es una decisión rápida. La responsabilidad de esa decisión recaerá sobre el hipotético ministro: tú.
Un buen día accede a tu despacho un médico e investigador que afirma tener un tratamiento contra los dolores articulares, sin efectos secundarios de ningún tipo. Asegura haber aislado el principio activo, que ha llamado “compuesto H” a partir de plantas, que emplean indios de Amazonas cuando se producen alguna lesión. El propio investigador ha probado el fármaco así como varios miembros de su equipo de investigación y de su familia, sin haber notado el menor efecto tóxico por parte del “compuesto H”. En aquellos voluntarios que poseían algún tipo de molestia articular (habla de dos aquejados de principios de artritis y de otro que padece frecuentes dolores lumbares), el preparado actúa con mucha eficacia, y por un período largo. El médico pide que el medicamento pueda ser comercializado ya que supondría un gran beneficio sobre otros productos que hay en el mercado que poseen molestos efectos secundarios. Dado que estamos en un país ficticio la petición no va acompañada de ninguna agradecida prebenda, pues se supone un comportamiento ético intachable por parte del ministro. Antes de marchar, el investigador deja un extenso dossier en tus manos para que los analices, así como sus datos personales, para que le hagas llegar tu decisión.
Lo primero haces es consultar con tus asesores, que para eso cobran. Tras analizar el informe adjuntado por el investigador, los asesores te hacen llegar su informe. En él se detalla que se está ante una nueva y prometedora sustancia, pero que muchas de las propiedades otorgadas al “compuesto H” no han sido demostradas científicamente. No hay ensayos con un número de pacientes estadísticamente significativo, no se ha empleado ningún placebo (y por tanto tampoco había doble ciego) ni la muestra elegida para el ensayo era aleatoria. Tampoco se conocía la posible toxicidad, ni a corto, medio ni largo plazo, ni las hipotéticas interacciones que pudiera tener con otros fármacos o sustancias alimenticias. La conclusión final recomendaba que antes de su comercialización se realizaran esos ensayos, que aunque son lentos y costosos, se antojaban necesarios antes de poner al alcance de la población el “compuesto H”.
Pero los asesores asesoran, la decisión final la toma el ministro, y esa es la que tienes que tomar. Por una parte el investigador parecía muy convencido y buena persona, sin afán de protagonismo, con ganas de ayudar a la gente. Pero por otra parte, puede que aún teniendo buenas intenciones estuviera equivocado o que hubiese pasado algo por alto. Poner en el mercado algo ineficaz sería una estafa para el comprador, y si resultase tóxico, un peligro para la salud pública. Una decisión equivocada convertiría al ministro en cómplice de esas consecuencias. La pregunta es simple: como ministro, ¿qué harías?
¿Has tomado una decisión? Bien, pues cambia “compuesto H” por cualquier terapia que hay en el mercado y comprueba si aplicas el mismo rasero. ¿Lo haces?
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Uff, Manuel, mi imaginación no me da como para imaginar a un político con un comportamiento ético intachable, ni siquiera como supuesto en un país ficticio.
Así que lo que haría es robarle la idea al «himbestigador» y montar mi propio negocio mediante el testaferro de turno, asegurándome de que no falten los permisos y bendiciones de mi ministerio para poder comercializar esa «panacea» y poder llenarme los bolsillos lo más rápido que pueda.
Si fuera algo menos político/avaricioso, igual intentaría llegar a algún acuerdo con el susodicho e ir a medias en el negocio, quizás…
Pero todo esto es sólo una ficción y nada más que una ficción.
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Atendiendo a esta frase: «Dado que estamos en un país ficticio la petición no va acompañada de ninguna agradecida prebenda, pues se supone un comportamiento ético intachable por parte del ministro», es evidente que la respuesta es no, porque de lo contrario, el Ministro no está capacitado para ocupar ese puesto.
Claro, que si no se cumple lo de la frase citada, el Ministro pasa de no estar capacitado a ser un hij… mangante.
La realidad es aún peor que la ficción.
😦
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No habléis del ministro en tercera persona, pensad que el ministro sois vosotros. Aceptar las prebendas os convierte en crápulas a vosotros 😀
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Manuel, esta gente no está para que les pongas deberes, ni trabajos. Están para cosas más importantes, que no tienen nada que ver con niños de 14 años en un colegio:
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/07/24/espana/1343156101.html
Saludos.
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Mira Manuel, lo que le dio ese investigador era Marijuana, por lo que los efectos artrósicos parecían desaparecer, luego se lo aliñó a un amiguete que corría en el Tour dentro de la salsa de un bistek lleno de proteinas… y al final le han sancionado quitándole el título con la repulsa de todos los españoles que creemos fue injusto.
Esto sirvió a los Franceses para crear una serie de Teleñecos jonkies protagonizados por las figuras más envidiadas (por ellos) del deporte. Actualmente nos están friendo a pruebas a las tres de la mañana, nuestros deportistas no pueden ni descansar y sabes quien es el culpable??? Sencillamente: La Prima de Riesgo.
El hacer que la población experimente un fármaco, es lo mismo que nos está pasando con los índices económicos… ¿Están experimentando con nosotros? ¿Quien se beneficia de esto? Indudablemente las Industrias Farmacéuticas (Merkel y Rajuá) que nos tienen de conejillos de Indias… y a ver que pasa!!!
Impedir que los test de muchos productos (Champús… etc) se hagan en animales, ha coincidido con la moda de cabezas totalmente afeitadas lucidas por los Ecologistas.
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Yo personalmente si un intervalo de confianza superior al 95% con un muestreo de 10000 personas ni me plantearía ponerlo en el mercado. Prefiero estar 10 años haciendo pruebas a provocar un desastre. No me gustaría tener otro incidente como el de las talidomidas
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Ryunani, no me hagas mucho caso pero tengo entendido que la agencia norteamericana que se encarga de estas cosas utiliza unas 50 personas.
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Qué cosas nos preguntas, Manuel. Yo ahora lo tengo claro y optaría por hacer caso a los asesores (cosas de la conciencia e integridad personal por las que nunca podré dedicarme a la política).
Pero puestos a imaginar, si fuera ministro sería seguramente también político, y además pertenecería a un partido, por lo que legislaría para los votantes, no para los ciudadanos. Por ello buscaría por encima de todo continuar en la poltrona y trabajar por el bien de la empresa, digo del partido (en qué estaría pensando). Y como desgraciadamente entre los votantes hay más compradores de pulseritas power balance y otros timos semejantes que científicos y gente con pensamiento crítico, pues la cosa parece clara: Legalizaría el producto en cuestión.
Pero para determinar la forma en que lo haría y el ámbito de su comercialización me faltan datos. Porque si, por ejemplo, el Ministro de Educación ha introducido el DI u otras “controversias” en el temario de ciencias de la enseñanza pública, entonces seguro que no sólo legalizaba el bálsamo de Fierabrás en cuestión, sino que además lo impondría en los centros médicos de la Seguridad Social como sustituto de cualquier tratamiento cuya validez haya sido científicamente demostrada, defendiendo la medida como un avance científico y un ahorro para los contribuyentes (independientemente de que su aplicación salga más cara a medio o incluso a corto plazo). Aunque claro, esto último siempre dependería de la contraoferta económica que hicieran los laboratorios farmacéuticos afectados.
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Adoptando las premisas que impone el supuesto, mi respuesta es clara: no lo comercializaría. Ordenaría realizar las pruebas necesarias antes de ponerlo en la calle.
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Yo lo comercializaría con una advertencia en la etiqueta que diga : «Pues a mí me funciona»
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Acaso el celebre cientifico Bruce Banner no les ha enseñado nada! Por favor, primero debemos probarlo en nosotros mismos
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