Ética contra las magufadas.
Las profesiones sanitarias, por su propia naturaleza, están acompañadas de una gran carga ética, a fin de cuentas tratamos con personas y sus vidas y, en ocasiones, los pacientes se sufren mucho, necesitan ayuda para actividades básicas e incluso privadas, o sus enfermedades pueden ser causa de estigma social.
Por eso desde antiguo existen «códigos de conducta» para los médicos (todos conocemos el Juramento Hipocrático) desde finales del siglo XIX existen equivalentes para los enfermeros.
Actualmente, las bases de esta ética médica se fundamentan en esos famosos principios de no maleficencia, autonomía, beneficencia y justicia y, a partir de ellos, emanan una gran cantidad de normas legales que marcan un marco de «mínimos» en las actuaciones de los médicos como tener título oficial para ejercer (cosa que algunos charlatanes incumplen), o regular el secreto profesional.
Pero además de la normativa legal, a día de hoy existen los códigos deontológicos que establecen un marco de máximos que hacen de los profesionales sanitarios unos de los más valorados por la sociedad.
Y no en vano, ya que estos códigos éticos intentan garantizar no solo conductas entre compañeros de profesión, si no también la dignidad del paciente o las bases para el ejercicio de la mejor medicina posible.
Pero a pesar de ello, a los magufos muchas veces se les llena la boca con la ética para intentar justificar sus estupideces (sobre todo con el principio de no maleficencia). Por eso hoy vamos a hablar un poco sobre la ética médica y ver que los charlatanes no tienen ni razón ni base (perdón por el spoiler).
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El núcleo de la medicina.
En la base de toda la ética se encuentra el famosísimo «primum non nocere» (tan amado por los magufos) que nos manda que sobre todo no debemos hacer daño a nuestros pacientes (principio de no maleficencia), que junto con el principio de beneficencia, que nos obliga a intentar devolver la salud, nos descubre la misma naturaleza de esta profesión.
Pero, aunque a primera vista, parece que estos dos principios se complementan muy bien, en realidad muchas veces chocan entre ellos. Por ejemplo, imaginemos que tenemos un paciente con un cáncer de estómago que se puede extirpar por cirugía. Si queremos respetar el principio de beneficencia deberemos operar al paciente, devolviéndole la salud y salvándole la vida.
Pero la cirugía lleva consigo unos riesgos y lo que es más, la cirugía de estómago, como es fácil deducir, produce unas secuelas inevitables ya que estamos quitando parte del sistema digestivo, por lo que van a quedar problemas de alimentación (problemas con la absorción de hierro y la vitamina B12 por ejemplo).
Entonces, ¿que hacemos, si lo que nos dice un principio es totalmente contrario al otro?
Pues la solución pasa por ver cuales son los riesgos y los beneficios de cada acción y hacer un balance (calculo riesgo/beneficio, años de vida ganados ajustados por calidad…) y actuar en consecuencia. Si los beneficios de operar superan a los riesgos y las molestias que puedan causar las secuelas está claro que merece la pena hacerlo y se hace.
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Los frutos de la oscuridad.
Después de estos dos principios, sólo en cuanto al orden en que los escribo, no en importancia, tenemos el principio de autonomía. Por desgracia, se lo «debemos» a la II Guerra Mundial. A partir de los «experimentos» (por llamarlos de alguna manera) de los nazis en los campos de concentración se formalizó el primer código ético (el código de Núremberg) en el que se establece que toda persona que participe en un ensayo clínico debe hacerlo voluntariamente y puede abandonarlo cuando quiera sin que haya represalias.
A día de hoy este principio es el «responsable» de que exista el consentimiento informado y de que el paciente tenga la última palabra a la hora de aceptar o rechazar un tratamiento, de participar en un estudio, no hacerlo, o abandonar cuando quiera.
Pero lo que es más importante, el consentimiento informado, aunque parezca obvio e innecesario decirlo, debe ser informado. Es decir se le debe proporcionar al paciente toda lo información necesaria para que pueda tomar una decisión bien fundamentada.
¿Y cuanta información es la necesaria? Ese es un punto difícil y varía según lo que le pase al paciente.
Pensemos en un paciente con hiperparatiroidismo al que hay que quitarle las paratiroides (unas glandulas que están al lado del tiroides y que regulan el metabolismo del calcio). Al operar esperamos que todo se normalice y el paciente haga vida normal sin más, pero existe el riesgo de lesionar los nervios recurrentes, lo que alteraría la voz del paciente si va mal. ¿Se lo decimos todo? ¿Sólo los beneficios?
Pues la respuesta en este caso es fácil, la información debe incluir los beneficios esperados y los riesgos posibles (¿veis los adjetivos?) de la intervención, así que hay que decírselo todo, pero hay que recordar añadir que probabilidad hay de que ocurran esos riesgos ya no es lo mismo que sea frecuente o excepcional y eso puede influir en la decisión.
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Más difícil todavía.
Por si esto no fuera poco nos queda el cuarto principio, el principio de justicia.
Aquí nos enfrentamos a algo un poco distinto de los casos anteriores ya que entramos en el terreno de distribución de recursos y de diversas desigualdades. La verdad es que es un tema complicado que salpica todos los aspectos de la práctica médica.
Poneos en situación. Tenemos un fármaco X y un fármaco Y, ambos se pueden usar para la misma enfermedad. El fármaco X es un poco más barato y el fármaco Y un poco más eficaz. ¿Cual usamos? ¿Y si hay un fármaco, bastante más caro (Z) pero que funciona en más pacientes todavía que los anteriores? Si nos quedamos con el X podremos tratar a más pacientes, con el Y podremos tratar mejor a unos pocos menos y con el Z a menos pero de un rango más amplio. Sin embargo los recursos de los que disponemos son limitados-¿Como lo solucionamos?
Habría que hacer estudios estudios fármaco-económicos y ver el coste beneficio de cada opción y así puede ser que sea mejor tratar a todos con X, que es más barato, eliminar el Y porque no aporta suficiente beneficio y dejar el Z para casos muy seleccionados que no respondan al X. O mil opciones distintas, donde influirá, la gravedad de la patología, su frecuencia en la población que nos interesa, la mejoría que produce la intervención…
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Y la ciencia, ¿dónde queda?
Como ya habréis visto, detrás de todas estas decisiones éticas está la ciencia, estudiando los costes, los beneficios, los riesgos, las propias enfermedades…
Pero hay una relación entre ciencia y ética médica que me gustaría exponer claramente ya que es la que me ha llevado a escribir está entrada.
Como ya he comentado, a los magufos se les llena la boca con la ética médica y el «primum non nocere» para atacar a la Medicina Basada en la Evidencia e intentar colar sus «terapias holísticas» que supuestamente «no tienen efectos secundarios» cuando en realidad resulta que no sabrían que hacer ni ante una anemia. Ante esto ya no tengo más que decir que ya expuesto.
Sin embargo hay algo que los magufos no saben, olvidan convenientemente u ocultan, y es que las magufadas no, repito, NO son éticas.
Para hablar de ello debo remitiros al Código de Deontología Médica, que como ya os dije es muy superior en sus exigencias que las leyes, y al que todos los médicos deben ajustarse. Así en su artículo 21 dice claramente:
El médico tiene el deber de prestar a todos los pacientes una atención médica de calidad humana y científica.
¿Calidad científica? ¿Y eso que es? Pues exactamente lo que nos aclara en unos artículos después, concretamente en el 26, donde dice
No son éticas las prácticas inspiradas en el charlatanismo, las carentes de base científica y que prometen a los enfermos la curación, los procedimientos ilusorios o insuficientemente probados que se proponen como eficaces, la simulación de tratamientos médicos o intervenciones quirúrgicas y el uso de productos de composición no conocida.
Creo que el artículo se explica por si mismo, pero por si acaso vamos a hacer un ejercicio mental y ver como esa falta de ética se basa en la transgresión de los cuatro principios básicos.
Cojamos un producto ,el que queráis, de los que publicitan los charlatanes y vamos a examinarlo.
Los productos «halternatibos» no tienen un mecanismo conocido de acción y todavía menos se conoce su eficacia, eficiencia, toxicidad, etc.
Como no hay estudios (o no son de la calidad suficiente en el mejor de los casos), no podemos saber si realmente son efectivos y sirven de algo, por lo que difícilmente podremos atenernos al principio de beneficencia al usarlos porque ¿de verdad estamos ayudando al paciente?
Entonces, si no sabemos realmente que beneficios aporta mal vamos a podemos decidir si el coste/beneficio lo hace adecuado para su uso. Es decir, no podemos saber si merece la pena destinar parte de nuestros recursos limitados a este tratamiento, lo que los hace contrarios al principio de justicia.
Por otro lado, si se los ofrecemos a un paciente resulta que no podemos decirle nada sobre su efectividad, si debe tener cuidado con otros tratamiento que pueda tener o que pueda necesitar, que síntomas de alarma debe vigilar… Creo que queda claro, para cualquier ser pensante, que esto es totalmente contrario al principio de autonomía, que de los cuatro es uno de los dos más básicos.
Y por último resulta que si nos atenemos al «primum non nocere» que tanto les gusta a los magufos, resulta que como no sabemos nada de la toxicidad, las propiedades cinéticas y dinámicas del producto (que le hace al cuerpo y que hace el cuerpo con él) y en muchos casos ni siquiera sabemos que contiene, es imposible saber si al menos no hacemos daño y nos cepillamos de golpe el principio de no maleficencia, que junto al anterior es uno de los dos más básicos.
Y además ¿os parece ético dar algo que no sabes si funciona cuando hay cosas que si sabes que lo hacen? Cualquiera puede ver que no.
Aún así puede que os digáis «pero al menos das una esperanza». Y es cierto. Y también lo es que la esperanza es, en general, buena pero ¿es buena cuando está basada en la mentira (o si acaso en el desconocimiento)?
Yo creo que no. La esperanza no es buena por si misma, y si está basada en la mentira y en información falsa no sólo deja de ser buena si no que es mala.
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Conclusión.
Creo que con todo lo anterior queda bastante claro que el uso de pseudomedicinas no sólo es peligroso, como ya se ha comentado en este blog muchas veces, si no que además es contrario a la ética médica.
Y por eso no sólo creo que no hay que usarlas si no que además hay que denunciar su inutilidad y sus riesgos, porque la ciencia y la ética caminan de la mano.
Muchas gracias por vuestra atención y espero que que esto os resulte tan fascinante y útil como a mi me lo parece.
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P.S. A todos los amantes de cualquier pseudoterapia que leáis esta entrada os invito a que además de dar vuestra opinión sobre ética, compartáis vuestra actuación ante una anemia. Eso si, razonadamente, es decir, haría esto por esto otro.
P.P.S. Acabo de enterarme de la aprobación de por parte del Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina del Posicionamiento sobre Terapias alternativas sin Evidencia Científica , que os recomiendo. Viene a decir lo mismo que este artículo pero más resumido y mejor dicho.
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Se me ha ocurrido un chiste;
sabéis cual es el colmo de un magufo?
Que vaya a urgencias (todo jodid*) y la administrativa le saque de la cajonera , el MMS, una botellita de agua de mar , un par de imanes y unas piedras de «ika»(n recuerd como se escribía) bajo la frase; «ahora te aplicas el cuento»
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Otra gran entrada, justo en mi muro en facebook discutia con un amigo porque el argumento de «si les funciona a las personas el agua y el azucar, aunque no sirva para nada, porque discutirla?»
Esta entrada me da buenas herramientas de dialectica, porque la idea que tenia era la misma pero no sabia pasarla a escrito de forma correcta.
Saludos.
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1vin
La cara del magufo sería digna de verse, pero tampoco es ético dejar a un magufo sin atender, si quiere ser atendido.
Walkurt
Me alegro de que te ayude el artículo. Precisamente esa pregunta, que he leído en varios comentarios al hablar de magufadas es uno de los motivos que me han movido a escribir este artículo.
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Por eso es un chiste Herbert 😉
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Quedaba claro, y además sería gracioso
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Muy buen artículo, claro y conciso de principio a fin, chapeau.
Siguiendo sus líneas me extendería por otro punto: algunas magufadas son muy peligrosas no solo para el individuo que hace uso de ellas, sino también para el conjunto de la vecindad. Una persona que, por ejemplo, decide no vacunarse de nada, tomar homeopatía ante una infección o se decide utilizar el MMS para combatir la malaria… la cosa es que no solo esa persona corre peligro, sino que se convierte en un vector que mantiene vivo y sanote al patógeno al mismo tiempo que puede transmitirlo a sus vecinos.
Y eso sí que es peligroso. Bastaría superar una masa crítica de tales «vectores» para una enfermedad hoy extinta en cierto país regrese de nuevo. En ese sentido, creo que debería cambiarse la ley para aplicar aplicarse la misma legislación a las «medicinas alternativas» que la que ahora se aplica a la «medicina oficial» (por llamarla de algún modo). Si un medicamente para ser aprobado ha tenido que pasar por una década de controles y experimentos, empezando con ratones y terminando con humanos, para determinar su efectividad y potencial nocividad… Con los medicamentos «alternativos» debería hacerse exactamente lo mismo. Y si no funcionan o son menos eficientes que otras medicinas ya disponibles, pa’ la papelera.
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Cnidus
Totalmente de acuerdo con tu comentario.
El uso por parte de los enfermos de terapias de dudosa efectividad para tratar enfermedades contagiosas es una irresponsabilidad y creo que también demuestra una falta de ética descomunal.
Por descontado, cualquier cosa que se quisiera usar como medicamento debería pasar una serie de controles y ensayos que no solo demuestren que no hace daño, si no que funcionan de verdad. Y a poder ser que ofrece ventajas con respecto a los tratamientos que se realizan en la actualidad.
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Véase el ejemplo del cinturón de sarampión ocurrido en Holanda gracias a esos calvinistas que no querían vacunar a sus hijos, pero no son sus hijos los únicos afectados por esa decisión. Es un tema jugoso Cnidus!
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Sobre ese tema acabo de escribir una pequeña entrada en mi blog personal: http://diario-de-un-ateo.blogspot.com.es/2013/11/fundamentalistas-protestantes-contra-la.html
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Una pregunta al respecto que me lleva preocupando un tiempo: Muy de acuerdo con lo escrito pero, ¿y si lo he intentado todo? Si como médico, enfermero, fisioterapeuta o lo que fuera ya he empleado todos los medios científicamente evidenciados de los que dispongo, ¿estaría entonces justificado el uso una «terapia alternativa», aún sabiendo que se trata de efecto placebo?
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ChopaForV,
¿Si lo que se busca es el «efecto placebo» no sería suficiente con darle al paciente una cajita con «pastillas de azúcar» que valdrían menos de cuatro perras? Esto tiene la ventaja de que no potencia la proliferación de la pseudociencia.
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La pregunta es muy buena, pero la respuesta sigue siendo que no ya que, como digo en el artículo
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No termino de verlo. Si llega un paciente hipocondríaco sin ninguna enfermedad, su único remedio es un placebo (que le puede mejorar y no le va a perjudicar), pero a la vez dices que no es ético administrarlo.
El problema con administrar un placebo al precio de «sólo agua con azúcar» es que nadie se va a creer que algo tan barato sea eficaz. Y para que el placebo funcione, hay que creer que va a funcionar. No le puedes decir a un paciente que le vas a recetar un placebo porque es lo mejor funciona en su caso, porque en el momento que le digas que se trata de un placebo ya no funciona. La maldición de los escépticos es que a nosotros no nos funcionan los placebos…
Por otro lado, si yo sé que me queda un mes de vida no me importaría probar algo que no esté completamente probado que sea eficaz y seguro, pero que tenga alguna base, claro. Tal vez no sea ético que el médico lo administre, y tomar medicamentos experimentales fuera de un ensayo clínico no sirva tampoco para confirmar que el medicamento funcione, pero conseguiría algo de efecto placebo incluso para escépticos, e incluso es posible que se acabe acertando con un remedio eficaz. ¿No se descubren algunas cosas por accidentes?
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Abraham, lo que tú dices ya se hace. Personas desahuciadas pueden entrar dentro de tratamientos experimentales. Éstos, a diferencia de los placebos incluyen principios activos que podrían curar (o puede que no). De esos experimentos se pueden sacar conclusiones para otros pacientes. Un placebo es una especie de ruleta rusa que funciona tan bien (o tal mal) como rezar o acudir a una persona con gran poder de sugestión.
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En ese caso lo que habría que hacer es tratar la hipocondría que si que es un trastorno. La enfermedad imaginaria no hay que tratarla.
Eso ya existe y se llama uso compasivo de un medicamento. En caso de que no haya nada que hacer por un paciente y siempre que los datos experimentales lo sustenten, se puede pedir autorización para, en ese caso concreto, tratar con fármacos experimentales o que no cuenten con una indicación autorizada para esa patología.
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