Dónde acecha el peligro y quiénes son los mayores asesinos

Nuestro cerebro se impacta con facilidad con la última noticia luctuosa: el que un tiburón mate a un surfista en una recóndita playa del océano Índico, un accidente de aviación (sobre todo si se han grabado imágenes de los restos calcinados) o el último atentado yihadista perpetrado por el primer descerebrado buscador de vírgenes en el paraíso producen ansiedad y hasta pavor en millones de personas de todo el mundo. Aunque por supuesto cuando se piensa objetivamente el que muera una, diez o cien personas en un hecho aislado y sobre todo en un mundo más que superpoblado debería hacernos reflexionar acerca de cuáles son los verdaderos peligros que de verdad nos acechan.
Así y aunque pueda parecer sorprendente los mayores asesinos no suelen ser esos terroristas suicidas que han provocado alrededor de mil muertos en Europa en los dos últimos decenios, es decir la insignificante cifra de 50 asesinatos al año para una población de más de 400 millones de habitantes. Tampoco son los accidentes de aviación que han matado únicamente a varios centenares de europeos en las últimas décadas.
Sin embargo si se amplía un poco la vista no hace falta alejarse mucho para descubrir a un verdadero asesino en masa silencioso: la contaminación atmosférica. Resulta que nuestra desaforada afición a los combustibles fósiles tiene un terrible precio, según datos oficiales de la Unión Europea alrededor de 430.000 habitantes del viejo continente mueren al año debido a la insidiosa y más que silenciosa contaminación atmosférica. Es decir anualmente uno de cada mil ciudadanos europeos mueren (o moriremos) por nuestra irresponsable forma de contaminar y de destruir nuestro propio entorno y el resto del planeta. Y a eso hay que añadir que la gran mayoría de estas muertes se producen tras largas y penosas enfermedades cardiorespiratorias o cancerígenas. Es decir muerte tras un terrible sufrimiento. Y luego alguien (muy ignorante o muy interesado) nos vendrá con el sermón de que las energías renovables son demasiado caras y no nos las podemos permitir.
Pero claro nuestro particular cerebro de primate, surgido para la supervivencia en nuestra sabana ancestral frente a peligros claros y concisos: leones, hienas, cocodrilos y demás, falla estrepitosamente a la hora de calibrar, y sobre todo solucionar, los verdaderos riesgos que nos acechan en este mundo moderno.
P.D. I
Y este problema es tan global y tan dramático que según datos recientes de la OMS el 80% de las ciudades del mundo tienen niveles de aire «insalubres».
P.D. II
Publiqué esta entrada en mi blog personal hace unos días pero ahora la reproduzco en CyD para una mayor difusión.
Y si, no hay otra, el instinto de muerte es muy poderoso,no avanzamos por la razón sino por el
deseo y el viejo filósofo chino,Lao-Tse(600AC) lo decía:..»las palabras lindas, no dicen la verdad,
pues la verdad no tiene palabras lindas..»
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Reblogueó esto en Matad al mensajero.
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Ahora se echan en falta los comentarios de esos negacionistas del cambio climático que aparecen por CyD en cada entrada sobre el tema, habituales defensores de lo maravilloso y necesario para el planeta en general y la humanidad en particular que es quemar combustibles fósiles de manera compulsiva. Aunque con su particular argumentario seguro que nos «demuestran» que es bueno que la gente muera por cáncer de pulmón gracias a esas maravillosas partículas sólidas que sueltan los hidrocarburos al convertirse en el CO2, fuente de vida eterna. ¡Ramen!
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Lo más importante y acuciante para la Humanidad, es eliminar la interferencia humana en la Naturaleza: la contaminación de la tierra, mar y aire del planeta. Reducir la emisión de CO2 es el chocolate del loro, el objetivo ha de ser eliminar las fuentes de contaminación, pero el tema es harto complicado porque implica reconstruir de cero nuestra sociedad y elaborar un nuevo modelo económico global que sea sostenible
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Las extinciones masivas son inevitables porque ninguna especie es eterna. Ni siquiera la especie humana, con todo su poderío, logrará salvarse de la inevitable extinción, cosa que le llega a toda especie sin importar cuán microscópica o cuán macroscópica sea. Especies de microorganismos se han extinto, especies de hongos se han extinto, especies de medusas se han extinto, especies de corales se han extinto y hasta especies de cucarachas se han extinto, siendo las cucarachas supuestamente uno de los insectos más adaptables y resistentes a cualquier ambiente. Ninguna especie es eterna y la nuestra no es una excepción. Seguimos atados al mismo devenir de todas las especies que nos han precedido.
Supongo que no todo es tan malo. Nuestra especie todavía tiene el tiempo suficiente para aplicar soluciones propicias para la problemática del cambio climático. El tiempo que le queda a nuestra especie es mucho pero no es ilimitado así que actuar cuanto antes es de lo más necesario en este contexto, uno en el que seguir esperando sería el peor error que nuestra especie haya cometido desde sus mismísimos albores en las sabanas de África. Si hubiera un reloj que nos informara sobre cuánto tiempo le queda a nuestra especie este estaría acelerándose a un ritmo alarmante, y pese a que no disponemos de un aparato así podemos confiar en otro reloj que es igual, o mucho más, preciso que el aparato propuesto anteriormente: nuestro planeta. El planeta Tierra es, a falta de un reloj mejor, uno de los mejores indicadores de cuánto tiempo de vida le queda a nuestra especie. El día en que sea inhabitable será el día en que nuestro tiempo se habrá agotado completamente y sólo podremos rogar por un milagro que nos salve de un problema causado por nosotros, La Humanidad.
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