El porqué de tener que revacunar con segundas, terceras dosis o las veces que haga falta
En las últimas semanas agencias sanitarias y gobiernos de diversos países han decidido aprobar dosis de recuerdo adicionales para las diferentes vacunas actualmente en uso frente a la pandemia coronaviral. Y el público en general se pregunta sobre la necesidad de ese refuerzo inmunológico y por supuesto, el movimiento antivacunas está utilizando estas nuevas medidas como “argumento” de que estos preparados son defectuosos, cuando no inútiles del todo. Sin embargo, para comprender esta situación hay que recordar un poco de la historia de las vacunas.
Pero quizás primero, un símil militar pueda servir poner en contexto la cuestión. Si recuerdan, algunas famosas películas estadounidenses sobre la guerra como La Chaqueta Metálica o El Sargento de Hierro comienzan con el entrenamiento militar al que se somete a los reclutas antes de que finalmente acaben combatiendo en los campos de batalla. Ese periodo de aprendizaje es una etapa dura, en la que los reclutas son llevados al límite de sus fuerzas tanto físicas como psicológicas con largas marchas con el pesado equipo de combate en condiciones climáticas adversas, maniobras con fuego real tanto de fusilería como de artillería y demás dolorosas y estresantes tácticas encaminadas a endurecer a los reclutas y convertirles en soldados relativamente habituados a los horrores de la guerra, y así no quedar pasmados y quizás morir rápidamente en cuanto empiecen a silbar las balas a su alrededor y las granadas y obuses caigan por doquier en su primer contacto real con el enemigo. Ahora bien, imaginen que durante el periodo de instrucción de los reclutas yanquis previo al desembarco de Normandía uno de los políticos hubiera pedido las estadísticas de accidentes, heridos y muertes durante el entrenamiento militar. El estamento militar le proporciona a nuestro diligente político los datos; un par de docenas de suicidios por la presión, un par de cientos o incluso miles de heridos por fuego amigo, con las consiguientes mutilaciones, estancias hospitalarias más o menos largas y varias docenas o centenares de muertos por causas varias: atropello de tanques, explosiones de obuses a corta distancia y demás. Nuestro preocupado político reúne a los mandos encargados de dirigir el adiestramiento de los reclutas y les conmina:
“¿Cómo voy a justificar ante el Presidente y ante el pueblo americano que un montón de nuestros valiente soldados han muerto por culpa directa de su negligencia, sin necesidad siquiera que los nazis lleguen a dispararles?”
Entonces, para evitar este tipo de desagradables situaciones el Presidente que ha sido informado de las estadísticas firma una orden ejecutiva para que se suavice el entrenamiento militar: nada de uso de fuego real que acaba hiriendo y hasta matando a nuestros valerosos soldados, solo balas de fogueo; por supuesto nada de llevar al límite a los soldados con interminables y extemporáneas caminatas bajo un sol de justicia o nieve cargados con 40 Kg de equipamiento a la espalda, solo marchas ligeras de unas pocas horas, con una pequeña mochila y evitando horas intempestivas y climatología desagradable, etc., etc., etc. Pasados unos meses, nuestro atento político vuelve a pedir las estadísticas actualizadas y los resultados con el nuevo entrenamiento «light» son inmejorables: ningún muerto por accidentes o fuego amigo, tampoco suicidios por estrés, cero hospitalizaciones y ni siquiera un simple herido. Así que ahora, todos contentos ¿o no?
Porque si se hubiera hecho un experimento científico: la mitad de las compañías que desembarcaron en las playas francesas adiestradas con un aprendizaje «suave» y la otra mitad con el casi inhumano entrenamiento ¿hubieran tenido el mismo número de bajas en combate? Ahí dejo a los lectores que elucubren sobre este experimento mental.
Pues volviendo (después de este largo inciso) al tema que nos ocupa, algo parecido ha ocurrido con las vacunas si se repasa un poco la historia de las mismas. La terrible viruela, una recurrente pandemia que ha asolado a la humanidad durante milenios, fue erradicada en 1971 tras casi dos siglos de campañas de vacunación cada vez más amplias y coordinadas. Sin embargo, esta tan poderosamente eficiente vacuna tenía sus complicaciones. Estudios realizados durante la segunda mitad del siglo XX mostraron que la vacunación masiva producía diferentes efectos adversos, principalmente dermatológicos (eccemas y necrosis dérmica), trastornos del sistema nervioso central como encefalitis, encefalopatía o síndrome de Guillain-Barré, con una tasa aproximada de mil casos por cada millón de vacunados. Además, en estos estudios también se encontró que la vacuna contra la viruela producía alrededor de una muerte por cada millón de vacunados. Estas complicaciones se asociaron en gran medida con el estado inmunosuprimido de los receptores de la vacuna que habían sido inmunizados con un virus competente para la replicación como era el virus vaccinia. Ello significaba que estas estadísticas representaron 3,7 millones de personas con efectos adversos relativamente graves y unas 3.700 decesos debidos a la vacuna sobre el total de los aproximadamente 3.700 millones de personas que habitábamos el mundo entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Sin embargo, el éxito de la vacuna contra la viruela es innegable, puesto que se ha calculado que esta terrible plaga se llevó casi mil millones de vidas a lo largo de toda la Historia, con aproximadamente entre 300 y 500 millones de muertes tan sólo en el siglo XX. Y a día de hoy la viruela es sólo un recuerdo para los que vamos teniendo ya nuestros años.
Con la aparición de la epidemia mundial del VIH de los años 80 del siglo XX y el aumento de pacientes que reciben terapia inmunosupresora, como son los enfermos oncológicos y los receptores de trasplantes, el desarrollo de vacunas más seguras se convirtió es una preocupación fundamental por parte de agencias y organismos implicados. Y el principal problema de todos estos pacientes es que no pueden controlar una infección viral, por muy atenuada que esta sea. Por ello, a lo largo de las últimas décadas el consenso sobre vacunas ha ido derivando en el uso de vectores virales o artificiales que no se puedan replicar dentro del organismo humano. Y así por ejemplo, las vacunas actualmente aprobadas contra el ya tristemente famoso SARS-CoV-2, causante de nuestros males durante los aciagos 2020 y 2021 son ARNs encapsulados por nanopartículas lipídicas (Curevac, Moderna y Pfizer) o virus no replicativos en humanos como el adenovirus de chimpancé (Astrazeneca) o el adenovirus 26 (Janssen y Sputnik V). Todas ellas son muy seguras, ya que tras más de mil millones de administraciones únicamente se han reportado algunos casos casi estadísticamente insignificantes y poco graves de alergias, miocarditis o trombosis con ninguna muerte asociada a las mismas.
Pero como en Biología no existe la perfección y todo está sujeto a mecanismos interregulados y compensatorios, el precio que hemos tenido que pagar por tener esas vacunas tan seguras es que activan peor al sistema inmune que las basadas en virus replicativos. Volviendo al símil militar, ningún país pone en pié de guerra a su ejército al completo por una escaramuza fronteriza; ahora bien, si el ejército enemigo ha destruido dos docenas de pueblos y bombardeado una ciudad (aunque sea de tamaño medio) es más que seguro que las fuerzas armadas de la nación agredida sean movilizadas de manera inmediata, aún cuando los atacantes no quiera invadir el territorio al completo. Por ello, la vacuna contra la viruela fue muy eficaz con una sola inmunización, como todos aquellos que fuimos vacunados en su momento podemos atestiguar porque tenemos todavía la famosa cicatriz redondeada en el brazo o en el muslo, recordatorio de la pústula que produjo el virus vacunal durante su replicación local en nuestro organismo, proceso infeccioso que aunque leve activó a todos y cada uno de los múltiples componentes del intrincado sistema inmune. Las vacunas actuales, tan seguras, generan menores señales de alerta inmunitaria (muchas veces ni siquiera un poco de fiebre o dolor muscular) y es por ello que deben ser una o varias veces administradas de manera repetida a lo largo del tiempo para que nuestro sistema inmune se mantenga «alerta». Es decir, al apostar por mayor seguridad, la eficacia (sobre todo a largo plazo) medida como memoria inmunológica es más reducida.

Y esta decisión de elegir la seguridad casi absoluta en las nuevas vacunas puede tener efectos contraproducentes para la salud pública mundial a largo plazo. Primero, en los países occidentales en donde ahora mismo la mayoría de la población ha sido vacunada, el virus comienza a desaparecer y por tanto, es muy probable que aumente el número de personas que al ser llamadas para recibir una dosis de refuerzo decidan que el esfuerzo no compensa y no acudan a revacunarse, puesto que considerarán que el peligro ya ha pasado y total ¿a qué perder un par de horas cruzando la ciudad y hace una cola en el centro de vacunación cuando podemos estar trabajando, paseando por el parque o descansando en el sofá viendo la televisión?. Y entonces poco a poco aumentará el número de personas en donde las vacunas vayan dejando de ser efectivas. Y en segundo lugar, en los países menos favorecidos, en donde los sistemas sanitarios son endebles, escasos y poco accesibles sería un triunfo mayúsculo si pudieran administrar la vacuna al menos una vez a toda su población, porque siendo realistas, administrar dos o tres dosis a lo largo de meses o años de diferencia es algo que muy probablemente escapa a las capacidades de esas depauperadas naciones, por mucha bienintencionada ONG que decida asumir el desafío. Entonces, es muy probable que dentro de un tiempo la suma de esos miles de millones de habitantes países pobres de África, América, Asia que no recibirán nunca la vacuna, junto con aquellos otros que en esos mismos países recibieron solo una dosis y que meses o años después su sistema inmunitario se haya ya olvidado de la misma se conviertan en un reservorio perenne en donde el coronavirus pueda ensayar nuevas estrategias evolutivas, cribadas por la siempre incansable selección natural y entonces podamos llegar a un escenario en donde el virus haya mutado tanto que ya no sean efectivas las vacunas actuales y entonces, muy desgraciadamente, volvamos a la casilla de salida de esta terrible primavera del 2020 donde todo empezó.
P.D:
Y de regalo un video sobre eficacia de las diversas vacunas.
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EEUU camino del desastre sanitario: 12 estados dirigidos por fanáticos republicanos han demandado al gobierno federal por imponer la vacunación entre su personal y contratistas públicos. https://www.independentespanol.com/ap/12-estados-demandan-a-gobierno-de-biden-por-exigir-vacunas-b1948239.html
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Pienso que no queda más remedio de que cada país legisle sobre el tema de la obligatoriedad de la vacunación, en caso de pandemia o de que las autoridades Sanitarias así lo aconsejen (como la vacuna del sarampión en los niños).
Pienso que lo que no quieren vacunarse están en su derecho, que llega hasta mi derecho a no tener que convivir con personas que no creen en la Ciencia y pueden convertirse en vectores de la epidemia, propagándola entre los los que tienen disminuido su sistema inmunitario, o incluso propagando nuevas variantes.
Es tan sencillo como eso. De todo se aprende.
Salu2
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Como mero detalle: muchas enfermedades (como la viruela) están erradicadas, pero NO extinguidas. Según tengo entendido, hay laboratorios que cultivan cepas de las mismas. ¿Se imaginan una epidemia global de peste negra, idéntica a la ocurrida en la edad media?
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Quedan muestras de viruela en el CDC de Atlanta (EE UU) y en el laboratorio VECTOR del Centro de Investigación en Virología y Biotecnología en Koltsovo (Novosibirsk, Rusia). Ambos colaboran con la OMS y son inspeccionados por expertos en bioseguridad de esta institución cada dos años.
Se usan muy controladamente para mejorar los métodos de diagnóstico, desarrollar nuevos fármacos y nuevas vacunas más efectivas y seguras.
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Prosanatos
De todas formas la peste negra fue producida por la bacteria Yersinia pestis, que todavía sigue circulando libremente por el mundo a través de pulgas y roedores, por lo que nunca podrá ser erradicada.
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De todas formas, en la expansión de la epidemia de peste, jugaron también otros factores, como la alta presencia de ratas en el entorno humano que en esa época se daba. La peste sigue siendo una enfermedad en la que periódicamente se dan casos, pero es poco probable que se expanda epidémicamente como en siglos pasados.
El problema fundamental de este tipo de enfermedades (Al igual que en la tuberculosis) es la cada vez más preocupante pérdida de eficacia de los antibióticos (Y la falta de interés de las empresas farmacéuticas para encontrar solución al problema. Supongo que cuestión de rentabilidad económica).
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«… pero es poco probable que se expanda epidémicamente como en siglos pasados»
Eduardo no tientes a la suerte, porque los microorganismos son expertos en adaptase a las nuevas condiciones.
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