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El azar y la necesidad (I)
Uno de los recuerdos que conservo desde la más temprana infancia consiste en la frustración que me producía la invariable respuesta de mi madre a muchos de mis «porqués«.
Si preguntaba por qué tenía que ponerme los zapatos y no las playeras, por qué debía merendar aunque no tuviera hambre (o fuera más interesante seguir jugando), por qué había que permanecer sentado durante toda la comida o cualquier otra protesta similar, mi madre espetaba un categórico «porque así tiene que ser«.
En caso de que mi curiosidad (y mi osadía) fueran un poco más allá con un «¿y por qué tiene que ser así?«, mi madre hacía gala de su intachable retórica para zanjar con un rotundo «porque lo digo yo«.
Tal despliegue argumental dejaba en mí una conclusión muy clara: una gran parte de mi vida dependía exclusivamente de los volubles caprichos de mi madre.
No se si por ello o por otras muchas circunstancias que me han influido a lo largo de la vida, odio terriblemente los «esto es así por que lo digo yo» o el equivalente que ahora estoy más acostumbrado a escuchar, lejos ya de las tajantes pero educadas expresiones de mi progenitora: «porque me sale a mí de los cojones«.
Colas de lotería y anumerismo
Si eres de los que en estos días prenavideños se tiran horas en una cola para adquirir un décimo en la administración donde más «toca», que viajan hasta la Comunidad Autónoma que ha repartido el «gordo» un mayor número de veces, buscas hasta la extenuación la terminación más veces premiada o aquel número que simboliza una fecha destacada, quizá puedas ahorrarte mucho tiempo y esfuerzo haciendo unos simples números.
En primer lugar, deberíamos tener claro si somos supersticiosos o no. Obviamente, si pensamos que la «suerte» puede manipularse, y que frotar un décimo por la espalda de un jorobado, comprar un número soñado o acercarse hasta el pueblo donde haya ocurrido la mayor desgracia del año puede facilitar tu camino al premio, poco podemos discutir. Ante la fe ciega, pocos argumentos pueden emplearse. Únicamente, podríamos aconsejar el que intentes pensar cuantas veces lo has hecho y cuantas ha funcionado.
Azar y selección acumulativa
Un típico argumento creacionista (incluyendo su disfraz de diseño inteligente) es que algo tan complejo como una molécula de ADN, una célula y no digamos un organismo como el humano, son demasiado complejos para haberse formado por mero azar. Las posibilidades de esto, dicen, son similares a las de que un tornado construya un Boeing 747 tras atravesar un almacén de piezas de recambio.
Y debo decir que tienen toda la razón. Las probabilidades de formar algo como un perro o simplemente una bacteria mediante combinaciones al azar son tan remotas que podemos considerarlas a todas luces despreciables. El problema -para los creacionistas- es que la biología evolutiva no postula que la evolución se produzca al azar. Todo lo contrario: la evolución se produce mediante un mecanismo selectivo al que llamamos selección natural, que se encarga precisamente de filtrar la inmensa cantidad de variaciones que ha producido el azar (la aplastante mayoría de ellas perjudiciales o inocuas).
Es decir, la evolución se produce porque existe un mecanismo para evitar -o mejor dicho filtrar- el azar. Si todo se dejara en manos de la casualidad, yo no estaría escribiendo esto ni vosotros leyéndolo.
¿Es azaroso el azar?
Creo que todos tenemos claro que al tirar una moneda al aire la probabilidad de salga cara es de ½, y que si lanzamos un dado perfecto (no trucado) la probabilidad de que salga uno de sus números (del uno al seis) es 1/6. Siempre nos queda la duda de qué apostaríamos si fuésemos capaces de calcular la velocidad de lanzamiento de la moneda, al igual que si conociéramos otros muchos parámetros físicos que determinan el movimiento de la moneda o del dado. De igual forma también hablamos de mutaciones “al azar” en los procesos biológicos de duplicación del ADN, de transposición o de otros eventos genéticos, cuando sabemos que existen “zonas calientes” en los cromosomas donde la variabilidad es mucho mayor.
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Entendiendo la evolución VII: Kimura y el neutralismo
Tanto la transferencia horizontal de genes como la endosimbiosis describen sistemas para producir variabilidad complementariamente a las mutaciones al azar. Por otro lado, el equilibrio puntuado transforma el gradualismo tradicional en un ritmo evolutivo discontinuo y la existencia de genes reguladores de diferentes categorías explica como una mutación simple en uno de ellos puede producir grandes efectos fenotípicos.
Sin embargo, analizando en profundidad esta nuevas aportaciones, no podemos decir que alguna de ellas ofrezca una alternativa al principal mecanismo selector de la variabilidad, la selección natural. Independientemente de como se generen las nuevas formas, ¿que es lo que hace un genoma vírico incorporado al ADN huesped se propague por la población? ¿que marca el éxito evolutivo de una u otra simbiosis? ¿que selecciona, entre la multitud de nuevas formas que produce una inestabilidad evolutiva o entre las múltiples expresiones provocadas por la mutación en un pequeño número de genes reguladores?
Quizá la propuesta más seria para desbancar a la selección natural como filtro principal de la variabilidad producida, aunque exclusivamente a nivel molecular, sea el neutralismo del biomatemático japonés Motoo Kimura. Sin embargo, la novedad del neutralismo no consiste en la formulación de un nuevo proceso selectivo, sino de la justificación matemática de la deriva genética como motor principal de la evolución molecular, frente a una selección natural que solo actuaría de forma secundaria.
10 razones para no creer en la «Numerología»
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Anotación. Esta serie se denomina «10 razones para no creer en…»; en este caso, utilizamos el término creer única y exclusivamente según la 4ª acepción aceptada por el diccionario de la Real Academia Española (enlace): “4. tr. Tener algo por verosímil o probable. U. t. c. prnl”.
Otra forma de verlo, es considerando que si creer es “aceptar algo sin pruebas”, en el sentido de esta serie, viene a recopilar las razones por las que no tiene sentido creer en algo determinado, ya que no solo hay carencia de pruebas, sino que los descubrimientos científicos vienen a afirmar lo opuesto. Dicho esto y sin más dilación, continuemos con el artículo.
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Este mundo perdido de la mano del Cosmos está lleno de creencias muy llamativas, bastantes de ellas directamente relacionadas con las ansias del ser humano por conocer su devenir futuro, lo que depara el mañana, qué hacer con su vida. Una de estas extravagantes mancias es la «Numerología».
Esta se basa en la creencia de que «los números son uno de los conceptos humanos más perfectos y elevados; por lo que la numerología es la disciplina que investiga la vibración secreta de este código, posibilitando una lectura de carácter y personalidad increíblemente exacta, enseñándonos a usar las vibraciones numéricas para cambiar los aspectos más conflictivos de nuestra personalidad y nuestro destino de acuerdo a las vibraciones que aparecen en nuestro cuadro numerológico. Nos enseña a actuar en los momentos más apropiados para aprovechar las vibraciones positivas, y a moderar nuestras actividades cuando las vibraciones no son propicias. En otras palabras, nos enseña a sintonizar nuestras vibraciones con el ritmo cósmico, a vibrar en armonía con el Infinito; y nos enseña a utilizar los números en nuestro beneficio, por medio del estudio de su influencia sobre personas, animales, cosas y eventos«.
Lo cual a su vez se basa en la afirmación de que «todos los números del uno al nueve tienen unas características positivas y negativas que aportan a la persona que los lleva por nacimiento, por los nombres y apellidos con que se identifica y por la firma que usa en sus actividades diarias«. Es decir, nuestros nombres y apellidos, nuestra firmas, el nombre de nuestra empresa… todos ellos llevan asociado un número. Y este número es lo que nos permite aprovechar esas «energías positivas y negativas» si sabemos como hacerlo, pemitiéndonos mejorar nuestra economía, salud y dinero. Quien quiera más información, que tire de Google, ale…
En una entrada anterior animamos a nuestros lectores a exponer sus razones para valorar, a favor o en contra, la creencia en «Numerología» y sus extravagantes afirmaciones. A continuación exponemos las 10 razones que han resultado más convincentes.
¿Caos?
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Autor : Darío
Caos, determinismo, atractores, complejidad, azar, predicción, indeterminación, entropía, equilibrio, … Uno de los más grandes descubrimientos del pasado siglo XX por la fuerza que generó en los estudios científicos en muchas de sus áreas, la Teoría del Caos, es, por desgracia, también, fuente de los más grandes equívocos y malinterpretaciones por parte de gente, sobre todo en la izquierda esotérica, que, sin estar la mayoría de las veces involucrada en la ciencia, piensan que el determinismo ha muerto, que “toda la realidad” (signifique esto lo que ellos quieran) es impredecible e incognoscible, que la ciencia “ha encontrado sus límites” y tonterías por el estilo cuyo listado podría llenar páginas interminables. La fuente de todas estas tonterías se encuentra antes que nada en el desconocimiento y la soberbia de quienes no hacen el mínimo esfuerzo por entender esta fascinante teoría, cosa por lo demás, nada nuevo: basta con ver que esto último se aplica a los detractores de la Biología Evolutiva que con singular desparpajo todas las veces que tienen oportunidad demuestran su ignorancia.
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Sobre casualidades, causalidades, probabilidades y demás cosas
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Autor: Darío
No se puede abarcar lo inabarcable
… y lo irracional.
K. Prutkov.
Crítica de la obra “Qué es la casualidad” de L. Rastrigin, que nos habla de azar, casualidades, probabilidad y de la necesidad de los humanos de encontrar explicaciones teleológicas a todas las cosas. Sin embargo el autor de este libro nos dice que el cosmos puede ser explicado sin necesidad de buscar a seres mitológicos que se afanen en mover sus hilos
Una de la cosas que más padece este blog y amigos, es la invasión de personas que haciendo uso de la irracionalidad más desaforada (poco importa que sean creacionistas, seguidores del bodrio llamado “diseño inteligente” o alucinados de la izquierda esotérica) pretenden descalificar la ciencia en su conjunto o algunos de sus puntos teóricos más importantes (como la Teoría Evolutiva) o sus productos que más beneficios han generado (las vacunas). Uno de sus métodos preferidos es el no entender, por ignorancia o por conveniencia, o por ambas, el real significado del proceso probabilístico y estadístico con el que la ciencia trabaja en sus diferentes ramas. Pero como este blog y sus administradores hacen gala de una paciencia pedagógica casi ilimitada para que la gente que no esté involucrada en la ciencia en alguna forma entienda de que va esta, hoy traemos una reseña de un libro que por su sencillez, su forma pedagógica y la cantidad de ejemplos que presenta hace que, después de su lectura, quien haya tenido la suerte de tenerlo en sus manos, entienda mejor como funciona la ciencia. El libro se titula Que es la casualidad, de L. Rastriguin.
El autor comienza con una introducción acerca de como paulatinamente el hombre empezó a darse cuenta de que muchos fenómenos no podían explicarse por la intervención de seres divinos (buenos o malos, da lo mismo) y empezaron a darse cuenta de que varios de estos fenómenos empezaban a presentar ciertas regularidades que actuaban por si mismas: Así, por ejemplo, una piedra no cae a la tierra por voluntad divina, sino de acuerdo a la ley de gravitación universal; una guerra no se pierde como resultado de intrigas diabólicas, sino por el mal armamento de los soldados o debido a un comandante de poco talento. Todo lo ocurrido al hombre, y al medio en el que actúa comenzaba a tener explicación y no necesitaba de una hipótesis complementaria acerca de la existencia de dios (o del diablo). La idea “no hay dios” se hacía cada vez más popular.
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Selección natural, mutaciones, azar y evolución
El argumento antidarwinista de que el organismo humano es demasiado complejo para ser fruto del azar representa uno de los errores más extendidos en la comprensión popular de la evolución biológica. Ésta no se produce ni mucho menos al azar, por lo que ningún organismo es fruto simplemente de un cúmulo de casualidades.
Es frecuente escuchar de boca de cualquier «antidarwinista» una frase que apela al egocentrismo más que a la lógica; una frase que bajo diversas variantes viene a decir algo así como «el ser humano no puede ser fruto del azar, algo tan complejo como un organismo humano no puede haberse formado simplemente por casualidad».
Sin duda alguna, la motivación principal de este pensamiento es la imposibilidad de reconocernos a nosotros mismos como algo que no ha sido cuidadosamente planificado y totalmente carente de objetivo, desplazando al hombre desde un puesto de protagonismo en el centro del universo a un producto más de la enorme diversidad del cosmos. Es duro aceptar que no somos más singulares que una ameba, un lemur o un orangután y que nuestra especie no ha sido más elegida que cualquier gasterópodo.
Sin embargo, esto entraría más en el campo de la psicología o de la filosofía que en el de la biología evolutiva. Lo que pretendemos abordar en este artículo no es la posición del ser humano en el cosmos, sino la premisa de la que parte la aseveración citada y que suele aceptarse de forma implícita: ¿ciertamente somos producto del azar? ¿El organismo humano -o de cualquier otro ser vivo- es fruto de la concatenación sucesiva de meras casualidades?. A pesar de su común aceptación, debemos decir que no, la evolución no es un proceso al azar y pensar que somos frutos de la casualidad es un grave error conceptual.
Lotería científica
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La gloria en la ciencia es algo que buscan la mayoría de las personas que se dedican a ella. Ya sé que muchos lo negarán, pero a nadie le amarga un dulce. Aunque muchos disimulen con excusas como buscar la prosperidad para la humanidad o vivir disfrutando del trabajo que llevan a cabo, la mayoría sueña pensando en que quizás un descubrimiento suyo aparezca algún día en los libros de texto quedando así inmortalizado. Para llegar hasta ahí la mayoría de científicos dedican horas y horas de duro trabajo experimental, con el cual pueden construir sus hipótesis y teorías. Pero hay caminos más cortos, el que algunos científicos han elegido para llegar a la fama por un atajo. Y ese es el de las ocurrencias, ideas lanzadas y difundidas, pero sin un soporte de pruebas detrás. He aquí una relación de algunas de ellas:
1. La evolución se produce por la incorporación de ADN de virus extraterrestres a los genomas de los organismos.
2. Las extinciones masivas son debidas a que nuestro planeta pasa por una región de la galaxia rica en asteroides flotantes cada 70 millones de años aproximadamente.
3. Los extraterrestres han llenado de vida nuestro planeta, y aún viven entre nosotros.
4. La especie humana ha sido diseñada por un superordenador extraterrestre que nos implantó en la Tierra.
5. Hay una tetera dando vueltas alrededor de Urano.
6. Hay un unicornio rosa invisible en todos los aparcamientos de nuestro país.
Los ejemplos 5 y 6 corresponden a Bertrand Rusell y Steve Eley, respectivamente y han sido usados como ejemplo de afirmaciones infalsables. Las primeras son mucho más sofisticadas y tienen dos ventajas. La primera es que apareceb revestidas de un halo de posibilidad científica, a priori son eventos perfectamente posibles. La segunda es que las tres son tremendamente difíciles de falsar, al menos con la tecnología actual. Y la gran ventaja para el que las emite es que puede vivir de ellas acusando a los que las rechazan de tener la mente poco abierta a nuevos conocimientos. Pero no nos engañemos, todas ellas, las 6, tienen el mismo valor científico: ninguno, ya que no han sido obtenidas utilizando el método científico, no parten de ninguna observación que induzca a pensar en esa posibilidad. Proceden de una ocurrencia que les permite mantenerse en los medios como gestores de un concepto innovador. Pero esto no debe cegar nuestra capacidad crítica y de analizar escépticamente las hipótesis que caen en nuestras manos: siguen siendo una ocurrencia.
Y cada año se enuncian cientos de esas ocurrencias, tantas que es posible que a alguno le toque la lotería. Cabe la posibilidad de que pasados unos años, por duro trabajo de investigación, y sin conocer la ocurrencia de partida, alguien confirme alguna de esas ocurrencias. Entonces se escuchará desde algún punto un eso ya lo dije yo. Y la pregunta sería, ya pero ¿quién merece la gloria de dicho descubrimiento?
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