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Científicos macho y profesores hembra
Uno de los grandes problemas históricos de la ciencia es la bajísima participación de la mujer en las tareas investigadoras. Y aunque sobre el tema se han escrito múltiples y profundos ensayos, sin embargo una de las claves de este desfase de género puede tener una más que sencilla explicación.
Las mujeres son mejores estudiantes incluso en los paises más sexistas
Mucho se ha escrito sobre la supuesta superioridad intelectual del varón, presunto hecho que tiende a justificar el sexismo dominante en casi todas las culturas y naciones del mundo, pero a la vista de un reciente estudio los individuos machistas tendrán inevitablemente que cambiar de estrategia si quieren seguir intentando justificar la vergonzosa discriminación sexual.
Comprendiendo el significado de la campana de Gauss en las ciencias sociales: implicaciones sobre las diferencias de género en inteligencia
Aunque desde siempre se ha supuesto que las mujeres (y por supuesto también las minorías raciales como los negros o los aborígenes de remotas tierras) presentaban menores aptitudes intelectuales que el sobrevalorado hombre blanco (por cierto en la terminología clásica esto solo incluye a los caucasoides de origen germánico o anglosajón, siendo considerados los eslavos o los mediterráneos seres inferiores, aunque por supuesto claramente por encima de negroides o mujeres ¡faltaría más!), no ha sido hasta la incorporación de las matemáticas a los estudios sociales cuando este falaz estereotipo ha intentado alcanzar la respetabilidad académica. Y sin embargo estas herramientas matemáticas, útiles a niveles estadísticos en estudios científicos, son habitualmente malinterpretadas, sacadas de contexto y de ellas se intentan extraer conclusiones desde el punto de vista social que en el mejor de los casos y siendo muy diplomáticos se considerarían excesivas cuando no directamente inexactas.
A vueltas con los viejos test de inteligencia
Uno de los campos en donde la ideología contamina de manera más evidente a la ciencia es en el área de los estudios sociales y allí uno de los grandes caballos de batalla históricos ha sido el análisis de cómo afectan los determinantes hereditarios (genéticos) frente a los ambientales (culturales) al desarrollo intelectual. En un palabra la famosa relación entre coeficiente intelectual y genética y sus implicaciones políticas.
Sí, soy bajito, pero no me gustan los enanitos toreros
Si digo que a pesar de ser alto no juego al baloncesto, a pesar de ser gordo no practico el sumo o que a pesar de haber nacido en Astorga no como mantecadas, posiblemente a nadie le extrañaría. Aún más, si dijera que el hecho de que los castores construyan presas no me obliga a ser ingeniero, o que por muchos huevos que pongan las perdices no pienso volverme ovíparo, estoy seguro que despertaría alguna sonrisa socarrona y más de una sospecha sobre mi reciente consumo de psicotrópicos.
Sin embargo, en muchos aspectos existe una inexplicable tendencia por parte de cierto tipo de gente a querer ajustar nuestro comportamiento a lo «natural». Esta forma de ver las cosas presenta dos modalidades muy diferentes, y casi me inclinaría a pensar que enfrentadas. Por un lado, muchas personas toman a la naturaleza como un referente moral, valorando lo que esta bien o lo que está mal con arreglo a lo que ocurre en los documentales de La 2. En el rincón opuesto del cuadrilátero, se encuentran aquellos que no son capaces de aceptar una idea «desagradable» de la naturaleza, y se niegan a aceptar que los gatos puedan matar a sus crías, porque les resulta moralmente inaceptable.
Ambas posiciones parten de la misma base: creer que nuestro comportamiento y nuestra sociedad son o deben ser reflejo de lo que ocurre en la naturaleza. El primer grupo es partidario de condicionar nuestros valores a ella, mientras que el segundo grupo está dispuesto a cambiar la historia misma de la vida si es necesario.
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