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El diseñador poco inteligente II: Tragaluces
El ojo humano es una de las estructuras que más frecuentemente encontramos como ejemplo de órgano perfectamente diseñado, siendo capaz de realizar una función a todas luces impresionante: interpretar los fotones que alcanzan la retina para formar imágenes definidas. Al ser un órgano par, la visión estereoscópica de la que nos dota permite que nuestro cerebro componga una representación tridimensional, gracias a las pequeñas diferencias entre lo recibido por el ojo derecho y por el izquierdo. Esto nos permite apreciar la profundidad y calcular con bastante precisión la situación de los objetos sobre el terreno.
¿Representa el ojo humano una estructura tan perfecta como parece? o, dicho de otro modo: si encargáramos a un brillante ingeniero el diseño de un aparato similar, ¿adoptaría las mismas soluciones?.
El origen simbiótico del ojo
Hace poco dedicamos en este medio un artículo al origen evolutivo del ojo. Éste era muy general, y tenía como único objetivo comparar una idea científica de la evolución del ojo, basada en evidencias experimentales, la aportada por la biología evolutiva, con otra idea filosófica, aportada por el diseño inteligente.
Este artículo profundiza un poco más dos de los principales modelos que existen para explicar el origen evolutivo del ojo. En el transcurso de la evolución han aparecido diferentes tipos de ojos, basta analizar los diferentes organismos vivos existentes en el planeta para comprobar que existen por ejemplo ojos compuestos como los de los artrópodos u ojos similares a una cámara fotográfica, como los de vertebrados o algunos moluscos. Todos estos ojos son distintos no sólo morfológicamente, sino que difieren tanto en su fisiología como en su desarrollado. Esas diferencias llevaron a establecer hace años que los ojos evolucionaron de forma independiente en los animales, en concreto del orden de unas 40-60 veces (Sadvini-Plawen and Mayr, 1961). Sin embargo, estudios genéticos llevados a cabo recientemente ponen en duda esa idea, aportando fuertes evidencias a favor de un origen monofilético de los diferentes tipos de ojos, con procesos de evolución divergente, paralela y convergente. De hecho, en su última obra Ernst Mayr (2001) se desdice de su trabajo de 1961 y admite que su idea primigenia no era correcta.
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El origen del ojo: entre la evolución y el diseño inteligente
Autores: Manuel y J.M. Hernández
La evolución del ojo, al igual que otras estructuras presuntamente complejas (por tener múltiples componentes) sigue presentando problemas para muchas personas (iba a poner científicos, pero lo cierto es que la mayoría de los defensores del DI, hoy por hoy son predicadores y teólogos). Veamos desde qué perspectiva contempla el origen del ojo la biología evolutiva y el diseño inteligente.
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1. Biología evolutiva: El ojo ha evolucionado a partir de estructuras sencillas, capaces de cumplir unas funciones limitadas, hasta ojos más complejos con capacidad de una visión tridimensional y en color.
2. Diseño Inteligente: El ojo es una estructura muy compleja, es irreduciblemente compleja. Significa que si se elimina uno de los componentes del ojo éste pierde su función y no sirve para nada. Por ello no puede haber evolucionado a partir de estructuras más simples que han ido ganando complejidad a lo largo de la evolución. Tiene que haber “aparecido” súbitamente mediante la participación de una “fuerza inteligente”.
Un gen humano cura el daltonismo en los monos
Puede que algunos piensen que no pertenemos al mundo animal. O que otros digan que nosotros no tenemos nada que ver con los animales más cercanos taxonómicamente (los primates). Pero observen lo distintos que somos 😉

Visión del mono 'Dalton' antes (izq.) y después (drcha.) del tratamiento. - NEIZT
Público Digital
Por primera vez en su vida, dos monos daltónicos han podido apreciar el colorido de un festín de uvas, judías y tomates. Lo han hecho gracias a un gen humano que ha corregido el defecto hereditario que les impedía distinguir el rojo y el verde. Los autores del estudio, que han pasado 10 años adiestrando a los dos primates antes de poder curarlos, dicen que el tratamiento podría solucionar este y otros trastornos de la visión en los humanos.
«Hemos usado ADN humano, así que no tendremos que cambiarlo cuando comencemos a hacer ensayos con personas», explica el investigador de la Universidad de Florida (EEUU) William Hauswirth, uno de los autores del estudio. El trabajo, que publica hoy Nature, supone un espaldarazo para la terapia génica, una técnica experimental que consiste en contrarrestar el efecto de un gen defectuoso con otro sano. Aunque ha demostrado resultados prometedores en los últimos 20 años, aún no se ha materializado en protocolos clínicos comunes debido a complicaciones que han llegado a relacionarse con la muerte de algunos pacientes.
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