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Estadística para negacionistas I
La falta de conocimientos básicos de matemáticas y estadística hace que no seamos capaces de entender lo que significan muchas cifras con las que nos bombardean a diario los medios de comunicación, siendo fácilmente víctimas de todo tipo de engaños y manipulaciones.
A vueltas con Euromillones
Cada semana millones de ciudadanos europeos gastan millones de euros en participar en el sorteo conocido como “Euromillones” bajo el reclamo de las mareantes decenas de millones que puede llevarse la persona que acierte la combinación ganadora. Sin embargo, en medio de esta borrachera de millones tan atractiva nos olvidamos de que el dato que debería hacer que nos lo pensáramos mejor también se cuenta en millones: son las una entre ciento dieciséis millones quinientas treinta y un mil ochocientas probabilidades que tenemos de llevarnos el primer premio, apenas un 0,00000000858% (pueden ver cómo se calcula en esta entrada de Gaussianos).
Sin embargo casi todo el mundo sigue participando en este y otros sorteos, incluso yo mismo lo hago de vez en cuando (digo yo que habiendo médicos que fuman por qué no va a haber matemáticos que jueguen a la lotería). Pero, ¿por qué? Seguramente habrá muchos argumentos de tipo cultural, psicológico o social que podríamos esgrimir para tratar de explicarlo, sin embargo hay uno de carácter probabilístico que me llama especialmente la atención.
Estoy seguro que más de una vez han jugado a este o a cualquier otro sorteo y al revisar la combinación ganadora han dicho “vaya, tengo el 10, el 13 y el 33 y han salido el 11, el 13 y el 32, ¡por qué poco!”. Y también me atrevería a decir que a continuación les ha invadido una sensación de “a la próxima acierto” como si el número que fuera a salir dependiese de su puntería. Claro que la mayoría de nosotros comprendemos que rellenar un boleto de Euromillones tiene poco que ver con encestar un triple, pero esa experiencia queda ahí grabada y en mayor o menor medida nos anima a seguir jugando. ¿Ocurre esto por azar? Les explicaré por qué pienso que no. Leer más…
Colas de lotería y anumerismo
Si eres de los que en estos días prenavideños se tiran horas en una cola para adquirir un décimo en la administración donde más «toca», que viajan hasta la Comunidad Autónoma que ha repartido el «gordo» un mayor número de veces, buscas hasta la extenuación la terminación más veces premiada o aquel número que simboliza una fecha destacada, quizá puedas ahorrarte mucho tiempo y esfuerzo haciendo unos simples números.
En primer lugar, deberíamos tener claro si somos supersticiosos o no. Obviamente, si pensamos que la «suerte» puede manipularse, y que frotar un décimo por la espalda de un jorobado, comprar un número soñado o acercarse hasta el pueblo donde haya ocurrido la mayor desgracia del año puede facilitar tu camino al premio, poco podemos discutir. Ante la fe ciega, pocos argumentos pueden emplearse. Únicamente, podríamos aconsejar el que intentes pensar cuantas veces lo has hecho y cuantas ha funcionado.
Magnetoterapia: cómo conseguir que a usted le funcione
Autor: Javier Oribe de El Máquina de Turing
La magnetoterapia es una práctica de la llamada medicina alternativa que consiste en la aplicación de campos magnéticos sobre el cuerpo para el tratamiento de algunas enfermedades, o bien para el alivio de dolores crónicos o provocados por algún traumatismo o patología.
Mi intención no es entrar a debatir acerca de si la magnetoterapia sirve para algo o no, principalmente porque mientras no haya estudios rigurosos que apoyen su efectividad, en los que se mida su eficacia mediante experimentos verificables, reproducibles y acompañados de un estudio estadístico serio, tal debate no existe. Lo que me gustaría contarles es que, a pesar de que hasta donde yo sé no hay publicado ningún estudio de estas características, he podido comprobar que, gracias a una sencilla aplicación de matemáticas elementales, sí que hay quien puede haber dado con la manera de demostrar a algunas personas que funciona. O al menos de lograr que se lo crean.
Pero antes que nada permítanme que les ponga en antecedentes. Hace pocos días estaba casualmente hojeando el periódico gratuito “Qué!”, en su edición de Sevilla del miércoles 27 de octubre, cuando me encontré con un anuncio bastante vistoso (ocupaba algo más de una cuarta parte de la hoja) cuyo título rezaba:
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¿Es azaroso el azar?
Creo que todos tenemos claro que al tirar una moneda al aire la probabilidad de salga cara es de ½, y que si lanzamos un dado perfecto (no trucado) la probabilidad de que salga uno de sus números (del uno al seis) es 1/6. Siempre nos queda la duda de qué apostaríamos si fuésemos capaces de calcular la velocidad de lanzamiento de la moneda, al igual que si conociéramos otros muchos parámetros físicos que determinan el movimiento de la moneda o del dado. De igual forma también hablamos de mutaciones “al azar” en los procesos biológicos de duplicación del ADN, de transposición o de otros eventos genéticos, cuando sabemos que existen “zonas calientes” en los cromosomas donde la variabilidad es mucho mayor.
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¿En qué se equivoca la probabilidad creacionista?
Autor: Javier Oribe Moreno de El máquina de Turing
Mientras crece el apoyo al creacionismo aparecen grandes errores en sus argumentaciones.
Por John Allen Paulos, 3 de Septiembre de 2006
Un reciente estudio internacional publicado en la revista Science por el profesor John Miller, de la Universidad Estatal de Michigan, y sus asociados, dice que un número creciente de norteamericanos no creen en la teoría de la evolución. De hecho, una encuesta realizada en 32 países europeos y Japón revela que solo Turquía tiene un porcentaje mayor de ciudadanos que rechazan a Darwin.
El autor atribuye los resultados en Estados Unidos al fundamentalismo religioso, la inadecuada educación científica y a maniobras políticas partidistas. Con respecto a esto último, Miller señala que “no hay ningún partido político mayoritario en Europa ni en Japón que utilice la oposición a la evolución como parte de su ideario político”.
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Sobre casualidades, causalidades, probabilidades y demás cosas
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Autor: Darío
No se puede abarcar lo inabarcable
… y lo irracional.
K. Prutkov.
Crítica de la obra “Qué es la casualidad” de L. Rastrigin, que nos habla de azar, casualidades, probabilidad y de la necesidad de los humanos de encontrar explicaciones teleológicas a todas las cosas. Sin embargo el autor de este libro nos dice que el cosmos puede ser explicado sin necesidad de buscar a seres mitológicos que se afanen en mover sus hilos
Una de la cosas que más padece este blog y amigos, es la invasión de personas que haciendo uso de la irracionalidad más desaforada (poco importa que sean creacionistas, seguidores del bodrio llamado “diseño inteligente” o alucinados de la izquierda esotérica) pretenden descalificar la ciencia en su conjunto o algunos de sus puntos teóricos más importantes (como la Teoría Evolutiva) o sus productos que más beneficios han generado (las vacunas). Uno de sus métodos preferidos es el no entender, por ignorancia o por conveniencia, o por ambas, el real significado del proceso probabilístico y estadístico con el que la ciencia trabaja en sus diferentes ramas. Pero como este blog y sus administradores hacen gala de una paciencia pedagógica casi ilimitada para que la gente que no esté involucrada en la ciencia en alguna forma entienda de que va esta, hoy traemos una reseña de un libro que por su sencillez, su forma pedagógica y la cantidad de ejemplos que presenta hace que, después de su lectura, quien haya tenido la suerte de tenerlo en sus manos, entienda mejor como funciona la ciencia. El libro se titula Que es la casualidad, de L. Rastriguin.
El autor comienza con una introducción acerca de como paulatinamente el hombre empezó a darse cuenta de que muchos fenómenos no podían explicarse por la intervención de seres divinos (buenos o malos, da lo mismo) y empezaron a darse cuenta de que varios de estos fenómenos empezaban a presentar ciertas regularidades que actuaban por si mismas: Así, por ejemplo, una piedra no cae a la tierra por voluntad divina, sino de acuerdo a la ley de gravitación universal; una guerra no se pierde como resultado de intrigas diabólicas, sino por el mal armamento de los soldados o debido a un comandante de poco talento. Todo lo ocurrido al hombre, y al medio en el que actúa comenzaba a tener explicación y no necesitaba de una hipótesis complementaria acerca de la existencia de dios (o del diablo). La idea “no hay dios” se hacía cada vez más popular.
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