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Los mayores oponentes a los OMGs son los que menos saben, aunque sin embargo creen que son los más expertos
Millones de personas en el mundo occidental están totalmente en contra de la creación y uso de los alimentos modificados genéticamente (OMGs), aun cuando existe un consenso más que generalizado entre los científicos de los campos afines de que estos alimentos son totalmente seguros para el consumo tanto animal como humano, y que además estos OMGs tienen el potencial de proporcionar importantes beneficios a una Humanidad cada vez más necesitada de vegetales de alto rendimiento que permitan alimentar a la creciente población mundial sin necesidad de convertir los cada vez más escasos ecosistemas naturales en nuevo terreno agrícola. Y lo más llamativo de este asunto es que, como acaba de demostrar un reciente estudio, son aquellos ciudadanos que tienen un menor conocimiento objetivo sobre ciencia en general y sobre genética en particular los que se oponen con más obstinación a los mencionados OMGs. Y más llamativamente, estos individuos además piensan que son ellos los que mejor conocen el complejo mundo de la biotecnología alimentaria.
El caso Volvo: experiencias frente a estadística
Aunque vivimos en un mundo tecnológico cimentado por el increíble desarrollo científico de los últimos siglos, nuestros cerebros de primate siguen tomando decisiones en base a los mismos procesos lógicos que tan bien les funcionaron a nuestros antepasados en esa sabana ancestral, de la que desgraciadamente ya solamente queda un cada vez más borroso recuerdo. Y es por ello que en demasiadas ocasiones nuestras ataduras evolutivas nos hacen despreciar las herramientas científicas, de tal manera que la mayoría de los humanos siguen (o seguimos) tomando las importantes decisiones que nos impone el siglo XXI como si de un aislado grupo de cazadores-recolectores se tratara.
Esos geniales científicos diminutos
¿Qué son más importantes las experiencias o los recuerdos?
Antes de contestar a esta aparentemente sencilla pregunta, mediten con un par de minutos con calma y después vean la siguiente charla del psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman porque muy probablemente se sorprenderán de la verdadera respuesta.
Por poder ser, puede ser…
Utilizar una herramienta suele requerir un periodo de aprendizaje directamente proporcional a la complejidad de la misma. Así, no resulta complicado aprender a usar un destornillador, pero cuesta un poco más manejar con soltura un osciloscopio. Lógicamente, algunas herramientas requieren un conocimiento teórico más elevado que otras: el destornillador únicamente precisa entender como funciona un tornillo, pero para usar el osciloscopio debemos saber de señales eléctricas, ondas y electrónica. Además de todo esto, para manejarlas con habilidad se precisa cierta práctica, también dependiente de la dificultad del utensilio y de la técnica empleada.
Con los instrumentos intelectuales ocurre exactamente lo mismo. Los niños no nacen sabiendo razonar, sino que es algo que aprenden con el tiempo y la práctica. De igual forma, la capacidad de formular una hipótesis válida no es algo innato, debe aprenderse mediante el estudio y la práctica.
Utilizando un ejemplo muy sencillo, podemos presentar el siguiente razonamiento: «Los perros tienen orejas, yo tengo orejas, luego yo soy un perro«. Obviamente, hasta un niño de cinco años detectará el error en el razonamiento, pero no por haber reconocido la falacia, sino porque hemos hecho trampa. Un niño -y el adulto más obtuso- saben que un perro no es un ser humano y que por lo tanto yo no puedo ser un perro. Con ello, invalidan el razonamiento por la evaluación directa de la conclusión final, no de las dos premisas anteriores.
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